25 / Oct / 2021 | Opinión

A propósito del derecho al voto de las mujeres

Queremos que la cotidianidad de las mujeres sea un mundo de oportunidades y derechos no sólo reconocidos sino respetados, y por ello trabajamos muchas día a día.

Hace unos días se cumplieron 68 años del reconocimiento del derecho a ejercer el voto de las mujeres y, a propósito, tan anhelada meta invita a hacer algunas reflexiones en torno a lo que normalizamos alrededor de creencias sobre los roles que tenemos las mujeres y los estereotipos a su alrededor.

Es en Yucatán en 1923 que se reconoce el derecho al voto femenino, en 1925 ganan su derecho al voto en Chiapas y en San Luis Potosí. En 1947 las mujeres ganan su derecho a votar en todos los municipios y hasta 1953 que las mujeres mexicanas podían votar y ser votadas a lo ancho y largo de nuestro país.

Este derecho lo ejercieron después de dos años, es decir, en 1955 cuando las mujeres mexicanas por primera vez pudieron participar en unas elecciones. Como resultado de esa jornada se sumaron a la lista de las mujeres diputadas Margarita García Flores, Marcelina Galindo Arce, Guadalupe Urzúa Flores y Remedios Ezeta Uribe. 

Si en este momento analizamos cómo era posible que en un país como el nuestro, las mujeres no pudieran ejercer el derecho al voto, tendríamos, para entenderlo, que analizar el contexto donde esto ocurrió, un país machista, en el que las mujeres tenían un rol eminentemente reproductivo y de cuidado doméstico, y en el que no formaban parte activa de la toma de decisiones, y mucho menos de la vida política y pública.

Sin embargo, la población femenina en posibilidad de votar ya representaba el 53% aproximadamente. Recordemos que la población mexicana era de 30 millones 468 mil 849 personas, y de la cual de edad entre 20 y 100 años eran 7 millones, 201 mil 581 mujeres y 6 millones 295 mil 970 hombres.

Muchas fueron las luchas y exigencias de mujeres valientes, con un amplio criterio, que no enfrentaron pocos obstáculos para hacer ver que este rol normalizado no lo era, que el papel de la mujer no era sólo el doméstico y que tenían la capacidad y simplemente el derecho para votar y ser votadas.

Imaginemos este escenario, en la actualidad nadie se atrevería a debatir o a cuestionar el derecho de la mujeres a ejercer su voto y a ser electas, parecería solo imaginarlo retrogrado, restrictivo y regresivo.

Cuando analizamos la violencia de género, deseamos que esta sea expulsada de la vida de las mujeres del mundo, que el ser mujer no sea sinónimo de subordinación o de menosprecio, por el contrario, que la posición de las mujeres sea respetada y simplemente ocupemos el lugar que nos corresponde, esto es un lugar donde sean efectivos los derecho de igualdad, de no discriminación, de acceso a una vida libre de violencia y al libre desarrollo de la personalidad, entre muchos otros.

Así como nos parece inconcebible, como en alguna época, las mujeres no podían votar, así queremos dejar de normalizar que, a nivel mundial, solo un 50% de las mujeres pueden decidir sobre el uso de anticonceptivos, o negarse a sostener relaciones íntimas y que el 58% de los asesinatos cometidos contra mujeres son perpetrados por sus parejas o familiares; que en México más de 10 mujeres mueran al día víctimas de feminicidio, que en crisis como la del COVID-19, muchas mujeres y niñas tengan precisamente en su hogar los entornos más inseguros donde corren un mayor riesgo de sufrir violencia a manos de su pareja, un país donde 6 de cada 10  mujeres de 18 años y más ha experimentado al menos un acto de violencia.

Queremos que la cotidianidad de las mujeres sea un mundo de oportunidades y derechos no sólo reconocidos sino respetados, y por ello trabajamos muchas día a día.

*Elsa Cordero Martínez, Magistrada en retiro.

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